Había una vez una lechera que caminaba muy contenta hacia el mercado. Llevaba sobre su cabeza un cántaro de rica leche, y fantaseaba sobre cuánto dinero le darían por ella y en qué invertiría el dinero.
– ¡Qué bien! ¡Por esta leche me ofrecerán mucho dinero en el mercado! Gracias a ella poco a poco me haré rica y podré comprar una granja mejor- iba diciendo en voz alta la lechera mientras andaba- Y después me compraré unas gallinas que pondrán huevos, y de los huevos saldrán unos lindos pollitos. Cuando crezcan, los llevaré al mercado y me darán mucho dinero por ellos. ¡Y más por los gallos!
Lo que le sucedió a la lechera de tanto imaginar
La lechera seguía soñando y soñando, y no se dio cuenta de que entraba en una zona del terreno con muchas piedras.
– Con el dinero que gane con las gallinas y los huevos, compraré lechones, los más hermosos- seguía diciendo la lechera según caminaba- Y cuando crezcan, los venderé bien en el mercado. Serán los cerdos más sonrosados, y todos los querrán comprar. Y con el dinero, también compraré terneros, que engordaré con el mejor pasto. Darán carne tan deliciosa, que en el mercado todos se pelearán por ellos. Y por supuesto, me compraré los mejores vestidos, perfumes muy caros y los zapatos más elegantes de la región…
Y tan ensimismada estaba la lechera con sus pensamientos, que no vio una piedra en mitad del camino, y tropezó con ella. El cántaro de leche se cayó, y con él, la leche, y todos sus sueños… En un segundo todas sus ilusiones se desvanecieron: adiós granja nueva, adiós pollitos, adiós lechones y adiós terneritos. Y la muchacha se lamentaba, llorando, de haber sido tan poco cuidadosa.
Moraleja: «Si fantaseas demasiado con lo que vendrá, un descuido te podrá hacer perder lo único que tienes».
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